Kazuo Ohno, fue la figura más conocida del butoh y sus concepciones inspiran a bailarines alrededor del mundo.
Por: LAURA FALCOFF
El 2 de junio pasado murió en Yokohama, Japón, el bailarín Kazuo Ohno. El próximo mes de octubre habría cumplido 104 años y aunque no abandonaba su cama desde hacía tiempo, bailaba, ciertamente, para los muchos artistas que lo visitaban. Habría que preguntarse en qué sentido se entendería como danza los movimientos de ese hombre enfermo y más que centenario. La respuesta podemos encontrarla en el propio butoh, al que Ohno llegó relativamente tarde en su vida, pero al que permaneció fiel hasta el final.
El butoh, nacido en la década de 1950 en Japón, es una manifestación de danza que propone una alternativa extrema a todas las formas de danza escénica: no cuenta historias, no expresa emociones reconocibles, carece de un vocabulario de pasos, deja que el cuerpo hable por sí mismo, exige el previo vaciamiento del intérprete antes de que éste comience a accionar.
La concentración extrema del bailarín de butoh, tanto sobre la idea que conduce su movimiento como sobre las sensaciones más sutiles de su cuerpo, se materializa con frecuencia en acciones físicas sumamente lentas, una lentitud que suele resultar extraña para la percepción occidental y que se vuelve sobrecogedora en los grandes artistas del butoh.
Ohno fue la más conocida figura del butoh en Occidente y suele atribuírsele la creación de este arte tan singular. La verdad es que fue otro bailarín, Tatsumi Hijikata (1928-1986), quien le dio origen y suele datarse su inicio en una performance de 1959 en la que Hijikata trabajó sobre textos del escritor Yukio Mishima. Para entonces, Kazuo Ohno había pasado parte de su vida como profesor de atletismo, había estudiado danza moderna de influencia alemana con dos maestros japoneses, había ingresado al ejército de su país y participado de la Segunda Guerra Mundial.
De regreso a la vida civil, comenzó a dar recitales de danza y entre 1952 y 1954, no se sabe con precisión, se produjo su encuentro con Hijikata. Ambos artistas trabajaron juntos, estrecha pero no excluyentemente, hasta 1977.
Compartieron, en los inicios de su colaboración, la influencia de las lecturas de Mishima, Antonin Artaud, Jean Genet, George Bataille; también del Marqués de Sade y del Conde de Lautréaumont, y de las pinturas de Pablo Picasso, Gustav Klimt y Francis Bacon.
La carrera solista de Kazuo Ohno comienza en 1977 con su obra Homenaje a La Argentina. Ohno había visto, en 1929, a esta extraordinaria bailarina española, cuyo nombre era Antonia Mercé, en el Teatro Imperial de Tokio. "La Argentina" fue una de las primeras artistas de la danza en hacer extensas giras mundiales y siempre bailaba, con su arte exquisito, frente a públicos multitudinarios. La gran impresión que provocó Antonia Mercé en Kazuo Ohno tomaría forma cinco décadas más tarde en aquella obra, que el bailarín trajo a Buenos Aires y a la ciudad brasileña de San Pablo, con enorme repercusión, en 1986.
Entre el numeroso público que siguió en San Pablo las funciones de Ohno se encontraba una joven investigadora, Christine Greiner, que poco después obtuvo una beca para viajar a Japón con el que ya estaba vinculada por su interés en el teatro Nô, donde comenzó a indagar en el complejo fenómeno del butoh. Muchos viajes se sucedieron, hasta hoy, y cada uno le trajo nuevas revelaciones, hallazgos y revisiones. Entre ellos, el rol fundamental de Hijikata y la constatación de que había creado una metodología. Hay una frase terrible y elocuente de Hijikata: "el butoh es un cadáver que intenta desesperadamente mantenerse en pie".
Crisis y metamorfosis
Desde las primeras presentaciones de Kazuo Ohno en Occidente, a partir de 1980, se multiplicaron en Europa y América los bailarines y coreógrafos identificados con esta corriente de danza. Pero observa Greiner: "El cuerpo en crisis experimentado por el butoh necesita nacer en cada lugar; no tiene sentido hacerlo de manera genérica. Es preciso acercarse cada vez más a las concepciones del llamado 'cuerpo muerto' que, maduradas a través de cinco décadas, sobreviven aquí y allí creando nuevas configuraciones muchas veces extremadamente banales". Y particularmente sobre el butoh en el propio Japón, dice: "Hoy es un fenómeno bastante irrelevante, con raras excepciones. Muchos de los bailarines japoneses que ofrecen workshops por el mundo trabajan, en su mayoría, sobre imágenes marquetineras del butoh con el fin de sobrevivir alimentando algunos mitos que se fortalecieron durante el proceso de su evolución. Pero creo que el pensamiento butoh y toda la discusión que propone sobre conciencia, crisis y metamorfosis continúan siendo muy pertinentes en la producción contemporánea".
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